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ROMA, 23 de abril del
2007 – En “La Civiltà Cattolica”, la revista de los jesuitas de Roma impresa con el control previo y
la autorización de la secretaría de Estado vaticana, ha aparecido una reseña que marca el fin de un tabú.
El tabú es el que
eliminó por diez años de la discusión pública el pensamiento del más autorizado y culto representante
de la crítica a la Iglesia del siglo XX en nombre de la gran tradición: el filólogo y filósofo suizo
Romano Amerio (en la foto) muerto en Lugano en 1997 a los 92 años de edad.
Amerio, que sin embargo
siempre se mantuvo firmemente fiel a la Iglesia, condensó sus críticas en dos volúmenes: “Iota unum.
Estudio de las variaciones de la Iglesia católica en el siglo XX”, comenzado en 1935 y terminado y publicado
en 1985, y “Stat Veritas. Continuación a Iota unum”, publicado póstumamente en 1997, ambos en
los tipos del editor Riccardo Ricciardi, de Napoles.
Las palabras latinas en
el título del primer volumen, “Iota unum”, son las de Jesús en el discurso de la montaña:
“No penséis que yo he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido para abolir, sino para dar cumplimiento.
En verdad os digo: hasta que no hayan pasado el cielo y la tierra, no pasará ni siquiera una iota o una señal de
la ley, sin que se cumpla todo” (Mt 5, 17-18). La iota es la letra más pequeña del alfabeto
griego.
“Iota unum”,
de 658 páginas, fue reimpreso tres veces en Italia para un total de siete mil copias y luego traducido al francés,
inglés, español, portugués, alemán, holandés. Alcanzó por tanto decenas de miles de
lectores en todo el mundo.
Pero no obstante eso, en
la Iglesia cayó sobre Amerio una casi total censura, mientras estaba con vida y también después.
La reseña de “La
Civiltà Cattolica” marca por tanto un giro. Tanto por donde y como ha sido publicada, con autorización de
la Santa Sede, como por las cosas que dice.
Propiamente, la reseña
se refiere a un libro sobre Amerio publicado el 2005 por su discípulo Enrico Maria Radaelli. Pero al centro de los juicios
de la reseña está indiscutiblemente el gran pensador suizo.
Y los juicios son largamente
positivos: tanto sobre “la estatura intelectual y moral de Amerio” como sobre “la importancia de su visión
filosófico-teológica para la Iglesia contemporánea”.
El autor de la reseña,
Giuseppe Esposito, es psicólogo y fino conocedor de teología. Aún sin concordar en todo con Amerio sostiene
que su pensamiento “amerita una discusión más profunda” y “sin prejuicios”.
En particular, escribe
“parece reductivo archivar su reflexión – y la de Radaelli – en el ámbito del tradicionalismo
nostálgico, como una posición ya superada, incapaz de comprender la novedad del Espíritu”.
Al contrario, sostiene
el autor de la reseña, el pensamiento de Amerio “confiere una forma y un contenido filosófico al componente
eclesial que, siguiendo los pasos de la Tradición, tiende a salvaguardar la especificidad-identidad cristiana”.
Forma y contenido filosófico
que se identifican para Amerio en el “primado de la verdad sobre el amor”.
El nexo entre verdad y
amor, como se sabe está al centro de las enseñanzas de Benedicto XVI.
Reproducimos pues, más
abajo, la reseña aparecida en “La Civiltà Cattolica” del 17 de marzo del 2007, n. 3762, en las páginas
622-23.
El libro reseñado,
el primero orgánicamente dedicado a la vida y al pensamiento de Romano Amerio, es el siguiente:
Enrico Maria Radaelli,
“Romano Amerio. Della verità e dell’amore”, Marco Editore, Lungro di Cosenza, 2005, pp. XXXV-340,
euro 25,00.
“Enamorado de la verdad y de la Iglesia...”
por Giuseppe Esposito
Apasionado
cultor de Romano Amerio (1905-97), Enrico Maria Radaelli expone la vida, obra y pensamiento, poniendo al lector de frente a una
producción intelectual que se despliega a lo largo de un periodo de casi 70 años.
Y he aquí el Amerio
filósofo, filólogo, historiador e incluso teólogo, con los aportes importantes sobre Descartes, Giacomo Leopardi,
Alessandro Manzoni, pero ante todo sobre Tommaso Campanella.
La intención primaria
del autor es la de volver a traer a la luz la figura del maestro después del ostracismo consiguiente a la publicación,
en 1985, de su “Iota unum”. Es el texto de síntesis del saber ameriano y, para el autor, es un verdadero
“compendio metafísico de saber católico” (p. 135), capaz de proporcionar argumentos convincentes
y sólidos para avalorar la fe.
El libro, traducido en
siete idiomas, en Italia no fue acogido bien, y Amerio fue marcado como tradicionalista, preconciliar, lefebvriano. Pero según
Radaelli, es un error reducir todo el pensamiento ameriano a su posición respecto al Concilio Vaticano II.
En primer lugar porque
“Iota unum” no se originó directamente del Concilio ni de la estima del obispo cismático Marcel
Lefebvre (que Amerio critica por su separación de la comunidad eclesial), sino que recoge reflexiones iniciadas ya 30 años
antes, respecto a temas más generales.
En segundo lugar porque,
haciendo eso se banaliza la cuestión importante de fondo planteada por Amerio, bien representada por el autor en el título:
“De la verdad y del amor”.
Está aquí
el núcleo del pensamiento ameriano: la primacía de la verdad sobre el amor. Revertir tal orden, produciendo así
una “metafísica dislocación de esencias”, para Amerio se traduce inevitablemente en un ataque
a Cristo, el Verbo de Dios, el Logos. Es por esto que escribe “Iota unum” y, presentándolo a
Augusto Del Noce, lo define como un intento por “defender las esencias contra el mobilismo y el sincretismo del espíritu
del siglo” (p. 231). Y a Del Noce, fascinado por el argumento, le parece que “aquella ‘restauración
católica’ que el mundo necesita tiene como problema filosófico último el del orden de las esencias”.
(p.233).
Enamorado de la verdad
y de la Iglesia, preocupado por la secularización del cristianismo, por su reducción a la moral y a las obras en
desmedro del primado del cristocentrismo, Amerio critica el “ecumenismo fundamentalista”, la dispersión de
la identidad cristiana en el relativismo religioso, la renuncia a la Verdad por respeto a las otras verdades, la reducción
de la única verdadera religión a una de las diferentes religiones posibles.
Es decisivo poner la absoluta
centralidad del Verbo: “El valor absoluto atribuido a la realidad divina de la Palabra (Logos), como hechos que vienen
con la religión, […] protegen al hombre de la desorientación del relativismo” (p. 79).
Es el pedido a no minusvalorar
los riesgos insertos en el naturalismo y en cada “concepción del Espíritu reducida de lo sobrenatural a
lo natural, […] de lo religioso a lo cultural, de lo espiritual a lo intelectual” (p. 130).
Para Radaelli, al final
ocurrió precisamente lo que su maestro temía: “El trastorno de los principios por los cuales la razón
es sustituida en su primera causalidad por el amor, el proyecto por las realizaciones, el intelecto por la libertad, la idea por
la praxis, […] los valores clásicos del naturalismo religioso parecen tener ventaja frente a la supremacía
de lo sobrenatural” (p. 206).
El autor, con lenguaje
buscado y voluntariamente apologético, hace resaltar la estatura intelectual y moral de Amerio, y aclara la importancia
de su visión filosófica-teológica también para la Iglesia contemporánea. El
resultado es ciertamente una arenga defensiva apasionada y a veces mordaz, pero es sobre todo una provocación a la discusión
con el “pensamiento fuerte” ameriano.
Cierto, no es posible compartir
el juicio negativo extendido sobre el Concilio en su conjunto y a todo lo que de positivo ha derivado de él.
Además, es opinable
el intento de explicar todas las actuales dificultades del cristianismo casi solamente como resultado de una desviación
del dogma del Logos, de la degradación de la Verdad al segundo puesto después del amor. La realidad es más
compleja y no se puede reconducir toda a un solo aspecto: en este caso existe el riesgo de reductivismo filosófico.
Sin embargo, la hipótesis
ameriana merece una discusión más en profundidad y parece reductivo archivar su reflexión – y la de
Radaelli – en el ámbito del tradicionalismo nostálgico, como una posición ya superada, incapaz de comprender
las novedades del Espíritu, si no precisamente casi de obstáculo a Su acción, no obstante las debidas reservas.
Si se libra de los prejuicios
fundamentalistas, en cambio, el núcleo de la reflexión ameriana se traduce en una provocación para el pensamiento.
Y no se trata de una aislada
visión metafísica del cristianismo: ello confiere una forma y un contenido filosófico a aquel componente
eclesial que, siguiendo los pasos de la Tradición, se alarga a salvaguardar la especificidad-identidad cristiana.
En tal óptica el
trabajo de Radaelli, reproduciendo las cuestiones teóricas amerianas de fondo, invita a discutir sin prejuicios de modo
más sereno.
El texto, doctamente introducido
por Antonio Livi, decano de la facultad de filosofía de la Pontificia Universidad Lateranense, está enriquecido
con entrevistas a Amerio y reseñas a “Iota unum”, además de un pequeño glosario para su
lectura. Junto con la lista de obras amerianas, los índices de nombres, personas, lugares y argumentos son completos y
muy útiles.
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El libro:
Enrico Maria Radaelli,
ROMANO AMERIO. DELLA VERITÀ E DELL’AMORE,
Marco Editore, Lungro di Cosenza, 2005, pp. 344, euro 25,00.
In www.chiesa.espressonline.it,
sobre Amerio:
> Fine di un tabù:
anche Romano Amerio è “un vero cristiano” (6.2.2006)
> Un filosofo, un mistico,
un teologo suonano l’allarme alla Chiesa (7.2.2005)
Sandro Magister, on www.chiesa.espressonline.it
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